“Basta la presencia de un solo
libertario o de un anarquista en un país para echar por tierra, ya por esta
sola razón, el argumento de que los impuestos son realmente voluntarios”
Murray
Rothbard
Márlet Ríos
Intro
Los
resultados de la VIII Encuesta Nacional
sobre percepciones de la corrupción en el Perú (2013), elaborada por Ipsos
Perú –por encargo de Proética–, son reveladores[1].
Instituciones tutelares como el Congreso y la Policía están totalmente
desprestigiadas. Perogrulladas aparte, en el imaginario social se da una
estrecha relación entre males profundamente arraigados como la corrupción y el
lastre burocrático que coarta la libertad y la iniciativa individual. El 68 %
de entrevistados (1202 personas de las principales ciudades de todas las
regiones geográficas del país) percibe que la gran cantidad de trabas
burocráticas genera más oportunidades para el pago de coimas. Casi el mismo
porcentaje (67 %) piensa que si hubiese menos disposiciones controlistas habría
menos coimas. Hay aquí una crítica implícita
al excesivo intervencionismo estatal. Por consiguiente, muchos ciudadanos
están convencidos de que el Estado representa un lastre colosal que les impide lograr el
“progreso” socioeconómico.
El
Estado es el enemigo
Históricamente, han sido autores libertarios quienes han levantado la
voz y denunciado el carácter prepotente, si no criminal, del Estado, asimismo
–desde hace mucho– han impugnado abiertamente su función impositiva.
Una recusación de carácter antiestatista y libertario impregna el
clásico ensayo de Herbert Spencer, El
individuo contra el Estado, de 1884. Sin embargo, los destinatarios de la
crítica no son los socialistas o reformadores sociales, sino los liberales:
“¿Cómo el
liberalismo, aumentando cada día su poder, se inclina a una legislación más
coercitiva cada vez? ¿Cómo es que, ya directamente por medio de sus propias
mayorías, ya indirectamente, prestando su concurso a las mayorías de sus
adversarios, se arrogan los liberales cada vez en mayor escala el derecho de
dirigir las acciones de los ciudadanos, restringiendo, por lo tanto, la esfera
dentro de la cual son libres las acciones individuales?(…)”[2].
Murray Rothbard, representante de los mal llamados anarcocapitalistas
(ancap), junto con David Friedman, es claro y rotundo como una patada, como
dijo el poeta, cuando asevera lo siguiente en su libro La ética de la libertad:
“Como el
ladrón, el Estado exige, como a punta de pistola, nuestro dinero; si el
contribuyente se niega a pagar, se le quitan sus activos por la fuerza, y si
intenta resistirse a esta depredación es arrestado o incluso tiroteado si
persiste en su negativa. Cierto que los defensores del Estado afirman que los
impuestos son ‘realmente’ voluntarios; pero basta imaginar —para refutar de una
manera simple e instructiva semejante pretensión— lo que ocurriría si el Estado
declarase abolidos los impuestos y se contentara con lo conseguido mediante
aportaciones voluntarias. ¿Alguien cree realmente
que seguiría entrando en las arcas públicas algo ni remotamente
comparable a las ingentes sumas que recauda el Estado? Es probable que ni
siquiera los teorizadores que proclaman que los castigos nunca hacen desistir
de la comisión de delitos se atreverían a sostener aquí tal hipótesis”.
¿Alguien puede dudar por un segundo que el mismo Estado que masacró a
campesinos inermes en la Sierra en la década de 1980, violó a detenidas
sospechosas de subversivas, esterilizó masivamente a mujeres pobres en todo el
país y asesinó a opositores políticos como Pedro Huilca y Leonor Zamora,
enarbolaría el respeto irrestricto por la vida de sus ciudadanos, sobre todo
morosos e insolventes, en el caso de cobranza coactiva? ¿No es de suponer que tal Estado soltará a su feroz cancerbero para imponer
a toda costa el sacrosanto principio de autoridad, tan alabado por demócratas y
déspotas por igual?
Un referente importante para Rothbard fue el anarquista individualista
del siglo XIX Lysander Spooner, autor de No
Treason, quien en 1849 desafió al gobierno de los EE.UU. al crear su propia
empresa postal, la American Letter Mail Company, la cual fue expulsada del
mercado mediante leyes proteccionistas. Spooner, hábil empresario y
abolicionista, sabía muy bien de lo que hablaba cuando escribió lo siguiente:
“La realidad es
que el gobierno, como un bandolero, le dice a un hombre: ‘Tu dinero, o tu
vida’. Y muchos, si no la mayoría de los impuestos, son pagados bajo la
compulsión de tal amenaza.
El gobierno,
realmente, no aborda a un hombre en un lugar solitario, salta sobre él desde la
carretera, y, apuntando un arma a su cabeza, procede a saquear sus bolsillos.
Pero el robo es de igual forma un robo de esa manera, y es mucho más cobarde y
vergonzoso”.
Pero no solo anarquistas se han enfrentado al Estado con todas sus
fuerzas. Mohandas Gandhi se convirtió en un tax
resister cuando encabezó la célebre Marcha de la Sal, el 12 de marzo de
1930. Esta acción directa no violenta desafió el monopolio
británico de la sal y dio inicio al Movimiento de Desobediencia Civil en todo
el país. El objetivo era vencer al poderoso Imperio Británico.
Salt March liderada por Gandhi el 12 de marzo de 1930.https://en.wikipedia.org/wiki/Tax_resistance#/media/File:Gandhi_at_Dandi_5_April_1930.jpg |
Extraído de: http://www.helpfreetheearth.com/05-action-5ofpart1.html |
La estructura básica de la sociedad peruana
La casta parasitaria de los representantes
políticos es como una pandemia sin control. Vicios endémicos como el
patrimonialismo, el clientelismo, el peculado, la corrupción, etc. son
connaturales al ejercicio de la función pública en este atribulado país. No más
la política entendida como una vocación
o apostolado (nos remitimos a Max Weber). Pero ¿alguna vez fue entendida así por nuestros inefables
políticos, llámense presidentes, alcaldes, congresistas, gobernadores
regionales, etc.? Uno de los gobernantes peruanos más populares en los 90, considerado
un Mesías por empresarios mercantilistas (favorecidos por el gobierno), no
pocos intelectuales, yuppies y amas de casa, hoy está preso condenado por haber
perpetrado delitos de lesa humanidad y peculado, es decir por haber querido
enriquecerse como un maharajá a costa del erario público. Ni siquiera Lewis
Carroll o Julio Verne hubiera podido imaginar que los herederos (en todos los
sentidos) de este codicioso político gozan de tanta simpatía por estos lares
así como el dicho “Roba pero hace obras”.
Para Enrique Dussel, no existe ninguna duda,
los representantes hoy en día son una casta aparte:
“En el comienzo del siglo XXI los
políticos (…) han
constituido grupos elitistas
que se han
ido corrompiendo, después del enorme desgaste de las revoluciones del
siglo XX, del fracaso de muchos movimientos políticos alentados por grandes
ideales, de la crisis económica, y del aumento de dificultades en la juventud
para encontrar lugares de ocupación asalariada fija (por el desempleo creciente
estructural).
(…)
(…) Así nace la política como ‘profesión’ y los partidos políticos como
‘maquinarias electorales’ que imponen sus candidatos burocratizados en beneficio
del propio partido. Es la fetichización del poder mediante la corrupción de la
subjetividad del político”[3].
Un intelectual
refractario de comienzos del siglo XX nos sigue interpelando aun hoy:
“La política es
una religión sólidamente
organizada, teniendo su gran
fetiche providencial en
el Estado, sus dogmas
en las constituciones, su
liturgia en los reglamentos, su sacerdocio en los funcionarios, sus fieles en
la turba ciudadana. Cuenta con sus fanáticos ciegos y ardorosos que alguna vez
se transforman en mártires o inquisidores. Hay hombres que matan o se hacen
matar por el verbalismo hueco de soberanía popular, sufragio libre, república democrática,
sistema parlamentario, etc.”[4].
Actualmente, el individuo se encuentra a
merced del Estado y su implacable órgano administrador tributario. Como en el
mejor de los cuentos de H. P. Lovecraft o de E. Allan Poe, una fuerza
terrorífica e ineluctable se cierne sobre los ciudadanos y termina sometiéndolos por completo,
mediatizando la voluntad de estos. La pretendida separación de poderes se torna
en un mito órfico. Cuando los burócratas estatales hablan de que es perentorio
ampliar la base tributaria reduciendo la elevada evasión, a qué otra cosa se
refieren si no es a ejercer una monstruosa presión tributaria sobre los
indefensos ciudadanos, sobre todo los de menores recursos. Para ello no dudan
ni un santiamén, en pisotear la libertad individual y demás derechos
fundamentales de los sufridos ciudadanos. Y es que en sus envanecidas mentes no
hay el menor esfuerzo para comprender que la llamada economía informal tiene
sus raíces en la peculiar estructura básica de la sociedad peruana[5].
Al parecer, los funcionarios estatales están convencidos de que este país tiene
mucho en común con el Principado de Mónaco o el Reino de Suecia. Para ellos, un
informal es un ser maligno, obtuso, semibárbaro y quien ha elegido alegre y
deliberadamente ser un trabajador informal para sacarlos de sus casillas. Este
afea las calles y es un criminal en potencia. Estos señores engolados necesitan
ipso facto salir de la burbuja y, si es
posible, imbuirse de una comprensión y visión más reflexiva y sociohistórica de
la sociedad peruana.
Tax resistance
No es mucho lo que el individuo puede hacer
contra los impuestos indirectos a menos que desee convertirse en autosuficiente
o en un triste epígono de Amish people. Para un trabajador independiente de
estas latitudes, que presta servicios diversos como diagramación, edición de
textos, traducción, etc. la salida es
obvia: exigir un pago contante y sonante. Por otra parte, se puede recurrir a
la historia de los últimos 200 años y utilizar “las lecciones del pasado”, como
dice Carl Sandburg en su emblemático poema “I am the People, the Mob”. La
acción directa es el camino, como en el caso de la célebre Rebelión del whisky,
en 1791, liderada por granjeros opuestos al impuesto sobre el whisky, artículo
muy popular usado incluso como medio de intercambio. Esta rebelión ocurrió
durante el gobierno de G. Washington. Una salida concreta nos la da el libertario Samuel Konkin III en su New Libertarian Manifesto, cuando habla de contraeconomía: "An explanation of how people keep their wealth and property from the State is
then Counter-Establishment economics, or Counter- Economics for short".
Tal vez deberíamos seguir el ejemplo del activista norteamericano por los derechos civiles y prominente tax resister durante toda su vida, Wally Nelson (*), quien dijo una vez: "What would you do if someone came to your door with a cup in hand asking for a contribution to help buy guns and kill a group of people they didn’t like?". Salvo mejor parecer.
Tal vez deberíamos seguir el ejemplo del activista norteamericano por los derechos civiles y prominente tax resister durante toda su vida, Wally Nelson (*), quien dijo una vez: "What would you do if someone came to your door with a cup in hand asking for a contribution to help buy guns and kill a group of people they didn’t like?". Salvo mejor parecer.
Wallace Floyd Nelson (27 March 1909 – 23 May 2002) American civil rights activist and war tax resister.http://dissidentvoice.org/2014/04/bija-milagro-source-of-miracles-in-america-we-the-people/ |
[1] Véase:
<http://www.proetica.org.pe/viii-encuesta-nacional-sobre-percepciones-de-la-corrupcion-enel-peru-2013/>
[2]
SPENCER, Herbert. El individuo contra el
Estado. Folio, Barcelona, 2002, p. 17.
[3]
DUSSEL, Enrique. 20 tesis de política,
2006, p. 22.
[4]
González Prada, Manuel. La anarquía. Bogotá, FICA, 2010, p. 24.
[5]
Una en la cual predomina una “heterogeneidad estructural” (Aníbal Quijano
dixit).
(*)https://en.wikipedia.org/wiki/Wally_Nelson
(*)https://en.wikipedia.org/wiki/Wally_Nelson
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